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El otro lado

Francisco Klinger Carvalho

La vida tras las rejas

 

En la sociedad contemporánea, las murallas medievales parecen volver a tener sentido frente a la industria del miedo que se instauró en los centros urbanos.

Abolidas cuando el hombre se sintió más civilizado y seguro en el siglo XIX, las ciudades crecieron en el siglo XX sin muros, expandiéndose con sus casas abiertas hacia las calles y a la libre circulación de las personas. Pero con el avance de una pobreza junto a la evolución del sistema capitalista y la consecuente acentuación de las diferencias socio-económicas de esta misma sociedad amedrentada, la criminalidad se supera cada día renovando sus estrategias violentas de intimidación. Los habitantes de las ciudades se ven cada vez más obligados a buscar más seguridad. Mientras más miedo, mayor es el deseo de protección, y, perversamente, también aumenta exponencialmente la sensación de inseguridad que pide aun más aparatos para lograr una sensación fantasiosa de estar cercado apenas por sí mismo.

 

Las casas dejaron de ser dentro de nuestro imaginario aquel primer refugio poético del hombre cuando cerraba las puertas y las ventanas y a partir de eso se sentía más protegido. Tal como la tortuga que se esconde dentro de su propio caparazón.

Con el miedo, comenzaron las rejas a modificar nuestras ciudades. Transformaron las fachadas de las casas en una maraña de barras de hierro. El caos visual que ya venía con las construcciones irregulares y desorganizadas de las regiones más pobres, con las rejas, se acentuó todavía más y el aspecto aterrador de nuestro “tercermundismo” tan común en nuestros espacios urbanos.

Las nuevas medidas de seguridad no paran de “hacerse” necesarias. Crecen en la misma proporción que el mercado resultante este mismo miedo y, claro, encarece el simple hecho de vivir.

 

Las personas pasan así a ser rehenes de sí mismas. Pasan a gastar más con la industria del miedo todos los días estampada en los periódicos amarillistas.

Rejas por todas partes. Rejas en las ventanas. Rejas en las puertas. Rejas en los jardines de las casas. Rejas al frente de las casas. Rejas que amoldan las casas. Cercas electrificadas las complementan. Cámaras de seguridad por todos lados cercan la intimidad de las personas. Todo en nombre de esa “(in)seguridad”.

Esta percepción de una sociedad enferma aparece crudamente en la obra del artista brasileño Klinger Carvalho, nacido en 1966 en Óbidos, en el estado de Pará en Brasil. Algunas de sus propuestas artísticas sobre estas distorsiones de la arquitectura social son colocadas sin adornos en el espacio de exposición, sin dejar sin embargo de ser poéticas siendo aún instalaciones o esculturas.

 

Los elementos comunes en su obra son los ladrillos, las rejas, las lámparas de luz ámbar que se escurren por las paredes inacabadas de sus construcciones precarias. Recuerdan las viviendas de la periferia de las ciudades colombianas y brasileñas situadas peligrosamente en las filosas laderas de las montañas o a orillas de los ríos que cortan nuestras ciudades.

El artista se ocupa de esta sociedad dividida entre el bien y el mal, entre el pobre y el rico, el bueno y el bandido con ironía frente a sus valores materialistas, de su miedo de vivir en comunidad, de su propia alienación frente a hechos que laceran, poniendo en riesgo su supervivencia.

 

Pero también se ocupa de cuestiones puramente plásticas y estéticas como el color. El color como forma y las formas como construcciones estéticas a partir de otras formas acumuladas o aisladas en una especie de cubos hechos de barras de hierro. Ponen en discusión un lenguaje escultórico contemporáneo de raíces minimalistas, comprometidas con la fisicalidad de nuestra cotidianidad en sus puntas de lanza afiladas. Los opuestos son motivo de creación para él. De un lado la visión poética de una casa melancólicamente iluminada, por otro lado, esta misma casa cercada con tales barras de hierro.

Son parte de su memoria afectiva, recuerdos de lugares por donde pasó o vivió. Con delicadeza y sin dejar la poesía fuera de este juego plástico entre sensible y peligroso, lo acogedor y el miedo, ¿será esta una nueva forma de vivir?

 

Ricardo Resende

Crítico de Arte

Sao Paulo y Río de Janeiro

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